Pepito tenía una pelota, le chiflaba su pelota y lo que más le gustaba a Pepito era hincharla. Cada vez que se disponía a jugar con su pelota comprobaba antes la presión y la hinchaba siempre un poco más, estuviese la pelota como estuviese.
El padre de Pepito, el señor Pepe, solía reprenderle por tanto hinchar la pelota:
- ¡No la hinches tanto que la vas a romper! - le decía el señor Pepe
- Pero papá, ¡es que así bota más! - le contestaba Pepito
- ¡Que chico más terco! - era siempre lo que el señor Pepe soltaba mientras se iba desesperado.
Pues bien, a pesar de los esfuerzos de su padre, Pepito cada día hinchaba la pelota varias veces, y claro, la pelota botaba de manera cada vez más portentosa.
A lo largo de los años, tanto hincha que te hincha, la pelota ya no parecía una pelota ni nada, era un ovoide lleno de bultos, mucho más grande que una pelota normal, cuyos botes eran tan imprevisibles como descomunales!
Pepito intuía que su pelota se estaba debilitando debido al sobreestiramiento de su cubierta, tengamos en cuenta que Pepito llevaba años hinchándola, de hecho en su próximo cumpleaños Pepito cumplirá 53, el señor Pepe hace tiempo que nos dejó (sus últimas palabras fueron "¡mierda de pelota, Pepito!"), de manera que Pepito ya no es un chicuelo, sabe de la debilidad de su pelota. Pero aun así no es capaz de evitar el maniático acto de hincharla un poco más...
Pepito no llegó a cumplir esos 53 años, un día, tan normal como cualquier otro día, Pepito hinchó su pelota (había instalado en su casa un sistema como el de las gasolineras a tal efecto), comprobó al tacto su tersura y la lanzó con fuerza. La pelota botó, rebotó en el techo y al descender, justo a la altura de los ojos de Pepito, reventó, arrancándole la cabeza mientras estallaban todos los cristales de la casa.
Moraleja:
Es claro que Pepito era un pobre tonto, lo que no es tan claro es por qué, dándonos cuenta todos de tan grande estupidez, no dejamos nosotros de hinchar e hinchar el planeta cada día un poco más con este sistema económico y social absurdo (¡mierda de sistema, Pepito!). Lo mismo es que a fin de cuentas Pepito no era tan tonto...